jueves, 7 de agosto de 2014

Los límites de la corrección política

¿Cuántas son las personas desaparecidas durante el último gobierno militar? ¿Criticar la desproporcionada defensa del Estado de Israel es ser antisemita? ¿Hacer una generalización sobre un aspecto positivo de una colectividad es discriminatorio? ¿Ser caballero es ser sexista? 

La corrección política tiene sentido: evita que, a nivel discursivo, se propongan o refuercen ideas que son discriminatorias y que atentan contra el bienestar de diversas minorías. Hay cosas que no se tienen que decir para no ofender a los demás. Algunos lo llaman respeto; otros, justicia y deber; y otros, una condición para la igualdad y la democracia. Pero nadie lo pone en duda. No hace falta nombrar la nacionalidad de una persona que delinque, sea, por ejemplo, un ladrón o un sicario; ni el sexo de un/a empleado/a para definir un ascenso; ni la condición sexual del maestro de música; ni la fe que profesa un Estado para cuestionar su política exterior.

El problema surge cuando la corrección política nos impide ver las cosas con claridad y no nos deja pensar. Es un asiento cómodo desde el cual acortamos distancias a la hora de razonar y, así, abrimos la puerta a la manipulación, la mentira o la falsedad. El problema está en que la corrección política se vuelva un obstáculo para la verdad. Cuando eso pasa, las cosas "que no se pueden decir" pasan a ser cosas que no se pueden tener en consideración, nunca.

Hoy es un escándalo decir que no hubo 30.000 desaparecidos en la última dictadura militar. Pero, ¿y si es la verdad? El verdadero homenaje debería ser recordar a todas las víctimas, con nombre y apellido, y las circunstancias reales de su muerte. Si el relato épico y simbólico nos aleja de la realidad, es fábula o propaganda. Pero decir esto, hoy, es imposible, al punto de que mucha gente quizás se sienta ofendida o preparada para atacar verbalmente a cualquiera que pudiera proponer tal idea. Es una traba al pensamiento. Son 30.000 y punto. Fin de la cuestión. O aparece la chicana culpógena: "es lamentable reducir la dimensión de la tragedia argentina a un problema contable", dice Eduardo Luis Duhalde. Es cierto que lo es. Pero la verdadera justicia se apoya, necesariamente, en la verdad. La corrección política, entonces, puede ser un impedimento para la justicia y, por tanto, para el perdón y la paz.

¿Cuáles son los límites de la corrección política? ¿A partir de cuándo el lícito ponerla en duda? Y, sobre todo, ¿para qué sirve si no se transforma, también, la realidad?

Trabajando en el Ministerio, hablando con rectoras y directoras, escuché, en más de una oportunidad, que las mujeres de Bolivia son conocidas por el enorme sacrificio que muestran en relación a sus estudios y que su rendimiento está sobre la media. Me pregunto qué pasaría si se identificara a, por ejemplo, los varones de Paraguay o de la provincia de Buenos Aires como aquellos con peor rendimiento. ¿Eso es discriminar o es señalar un dato de la realidad? Sería políticamente incorrecto decirlo, pero contar con esa información es clave a la hora de pensar una política pública en educación que incluya a esas personas. ¿Entonces...? ¿Qué hacemos?

En el fondo, seguramente coincidiremos al pensar que queremos una sociedad decente, que respete a los demás y sea conciente del poder que tienen las palabras. En ese contexto, no todo puede ser dicho, de cualquier manera. Pero si hablamos de un marco normativo por el cual algunas palabras o frases son "buenas" y otras "malas", suponemos un enfoque ético. Al haber muchos enfoques éticos y desacuerdos respecto a las cosas que la sociedad considera "buenas" y "malas", estaríamos estableciendo a alguien como juez de la cultura, que determine cuáles pueden ser dichas y cuáles no. ¿Quién es ese juez que establece qué se puede decir y qué no? ¿Quién lo puso ahí? Y, de nuevo, ¿cuáles son sus límites? No puedo dejar de pensar en Lubertino, que presidió el INADI, y su idea de que las palabras no tienen que tener género, proponiendo la renuncia del uso de la "a" y la "o", por la "x": "Estxn todxs invitadxs a la presentación de mi nuevo libro" ("nuevx librx" quizás en una versión más extrema), por ejemplo. ¿Cómo se juzga cuál es el extremo en una posición si no tengo criterios objetivos?

Resulta evidente que muchas veces el preferible callar y otras conviene expresarse con atención y empatía, y que la corrección política sería una forma de prudencia que busca el respeto por la identidad del otro. Sin embargo, nos debemos un debate respecto a sus límites porque, si no los establecemos con claridad, se nos puede imponer una forma de pensamiento, que supone una postura ética y que estaríamos obligados a aceptar acríticamente. El peligro es una sociedad empobrecida, que persigue a quien vea las cosas de distinta manera y que silencia toda transgresión de un orden que nadie se encargó de justificar ni delimitar. Esta, señores, es una de las batallas en la guerra de la cultura.

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